Cuando tus dedos, ágiles y revoltosos, juegan con mi cabello hasta despeinarlo, es inevitable que la risa burbujeé en mi pecho.
Y la ropa cae, y el mundo se vuelve difuso, como si de pronto fuera incapaz de enfocarlo con nitidez.
Mas, sin embargo, sigo mirando tus ojos, mi tierra segura mientras el resto de diluye en el húmedo placer.
Cuando duermes a mi lado, me digo a mí misma que no cambiaría esos ojos, verdes y almendrados, por nada del universo.
No solo por su gran belleza, sino por como me hacen sentir, por como me anclan a la tierra y me dan motivos para seguir adelante, para poder con cualquier cosa que venga a destruir mi serenidad.
Mil gracias, mi ángel de ojos verdes.
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