miércoles, 27 de diciembre de 2017

Inesperado

La luz macilenta de una farola hiere mis ojos.
Por un segundo no recuerdo donde estoy, qué hago allí o como me llamo. 
Una voz, ronca y masculina, pronuncia una palabra que bien podría ser mi nombre.
O quizás una simple llamada de atención.
Me vuelvo a medias y levantó una mano, está mugrienta.
Un segundo... ¿ese reguero carmesí que la recorre es sangre?
Creo que me piden que aguante un poco más, pero todo se apaga. 

Mi siguiente recuerdo es de una estancia blanca, aséptica. Varias personas discuten entre susurros.
Me pregunto si él estará allí. Quisiera saber si se ha quedado.
Intento preguntarlo pero mis palabras se convierten en un graznido que se lleva todo lo demás.
Rostros borrosos, palabras incomprensibles.
Él no está aquí. 

No vuelvo a verlo mientras permanezco en aquel lugar extraño y carente de color.
Pasados unos días logro levantarme y las imágenes de lo que ha ocurrido regresan a mi mente.
El coche que me arrolló y mi bicicleta saliendo disparada parecen algo ajeno a mí.
He sobrevivido y todo apunta a que voy a recuperar mi vida en la medida de lo posible. 

Las visitas de los rostros familiares y amigos se suceden y todo parece volver a encajar.
Sin embargo me sigue faltando una pieza: ¿dónde se ha metido?
Espero semanas, meses, y él nunca regresa. 
A veces pienso que es fruto de mi imaginación. 
El día que me dan el alta me peino frente al espejo de la habitación a la que me han trasladado.
Estoy pálida, aunque he sobrevivido. Ya me he resignado. Él no va a venir.
No voy a volver a verlo. De manera que no me demoro más de la cuenta, ¿cómo podría él saber...?
—Fue culpa mía—. Me vuelvo a medias, preguntándome si realmente he oído lo que mi mente se obceca en hacerme creer. Me observa, dubitativo, y siento como el color regresa súbitamente a mi rostro. 
Quiero decir algo, pero siento que las palabras se me atascan en la garganta. Las lágrimas afloran a mis ojos y niego con la cabeza. Él se muerde el labio y asiente con intención de marcharse. Alargó la mano y lo retengo. 
—Tú me salvaste —y solo entonces soy consciente de lo que está a punto de pasar. 

Cuando nuestros labios se encuentran el mundo a nuestro alrededor se desdibuja.
Es como si el sentido que había perdido mi existencia regresara de golpe y porrazo.
Él lo entiende, me abraza con delicadeza, y ambos sabemos que la vida oculta muchas sorpresas.
Algunas son malas, pero otras son dulces, únicas y es eso a lo que debemos aferrarnos. 

Feliz Navidad y que todos vuestros deseos se hagan realidad.

2 comentarios:

  1. ¡Feliz Navidad!
    Me ha encantado el relato, sobre todo que juegues con la mente de la protagonista en relación a que dude de su propia memoria debido al accidente.
    ¡Un beso!

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  2. ¡Gracias, Camino!

    La verdad es que este tipo de comentarios anima mucho para seguir mejorando.
    ¡Un abrazo!

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