jueves, 27 de junio de 2019

Flores

Aquella mañana la chica sintió de nuevo la respiración acelerada y el corazón latiendo a toda velocidad en su sudoroso pecho. Observó su caja de pastillas y se preguntó si las habría vuelto a olvidar. Se levantó con paso vacilante y abrió el cartón con mano temblorosa, contando una y otra vez las medicinas, dándose cuenta que todo iba en orden. Que su memoria no había fallado esta vez. Se dejó caer en la cama de nuevo, con los ojos abiertos como platos y supo que no se volvería a conciliar el sueño. 

Se aseó y con un termo de té en la mano decidió dar un paseo. Era domingo y la temperatura era cálida, de manera que se aventuró a la calle. Podría haberse decantado por permanecer en casa, tapada hasta la cabeza, deseando que todo acabase. Esta vez no. Tan simple como eso: tomó una decisión diferente a la habitual. Con todas las dudas que aquello conllevaba. 

Los primeros pasos fueron complicados, sudaba y se preguntaba si estaría haciendo lo correcto. Cuando sus pies empezaron a sujetarla de un modo más firme aceleró el paso y sintió como sus mejillas se calentaban y el té se iba enfriando. Se detuvo, pues pretendía apurarlo de un trago, y cuando terminó de beber se descubrió frente a un pequeño parque verde y lleno de sombra. Se encogió de hombros, ¿y si...? 


Fue un trayecto corto. Pues uno de los bancos, junto a un pequeño parterre lleno de flores de colores, llamó su atención. Se sentó, respirando con cierta dificultad, y cerró los ojos. El aire olía a sol, a limpio, a promesas. Alzó los párpados, que de pronto le parecieron muy pesados, y entonces lo vio: el amarillo, el morado, el azul, el rosa... Colores vivos, flores distintas que encajaban una con otras como en una ecuación perfecta. 
Belleza, diversidad, unión... todo ello y más descubrió la muchacha en aquellas flores que tenía a sus pies. Y el descubrimiento más importante: la sonrisa que se formó en sus labios. La sonrisa que la ansiedad había borrado con su hambre voraz había vuelto tras meses desaparecida. Todo gracias a las flores. 

Porque las cosas pequeñas, los detalles que son absorbidos por la marejada de oscuridad son lo que, en muchas ocasiones, nos llevan de regreso a la luz. No las perdáis de vista. 

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