Me gustaría presumir de haber tenido una vida sencilla. Me encantaría poder gritar a los cuatro vientos que los dramas no me persiguen y que son otros los que se ven atacados por semejantes circunstancias. Mentir sería sencillo: echarme a reír, encogerme de hombros y mover la cabeza como si realmente las tristezas y los problemas no me hubieran tocado jamás. Realmente me haría muy feliz que fuera así. Pero, lamentablemente, no es el caso.
Ser sensible es uno de los rasgos que mejor me definen. El hecho de intentar encajar ha sido un lastre durante toda mi vida. No solo entre las amigas, con los chicos y en la familia. La sociedad, el hecho de tener qué querer según que cosas o no desear otras nos marca y nos cambia. A veces un modo irreversible. Enfermedades, decisiones erróneas y la distancia han sido traicioneras conmigo. He sufrido y he llorado. Lo confieso, no me arrepiento. Pero también me he limpiado las lágrimas y he regresado con más fuerza que nunca. Una y otra vez.
Con las rodillas peladas y la cabeza bien alta he luchado contra todo lo que se suponía que debía gustarme y que debía entrar en mis planes. He librado mil batallas por lo que realmente me llenaba. Por eso he llegado a ser la persona que soy.
Hoy quiero dar gracias, y lo haré una y otra vez, por la persona con la que comparto mi vida, por mi pequeña pero especial familia y por las personas que me rodean. Queda pulir un par de detalles. Pero ya estoy en el buen camino. Este es el que elijo. Sin que nada ni nadie me coaccione.
Tomaré mis mejores zapatos y seguiré caminando.
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