jueves, 27 de diciembre de 2018

Perdida en la tormenta

Había caminado durante horas, tenía los pies entumecidos por el frío y los labios cuarteados debido a la persistente nevada a su alrededor. Lamentaba el momento en el que había decidido marcharse de casa dando un portazo. La cazadora que había arrancado del perchero era, a todas luces, demasiado poca cosa para la nieve que quería sepultarla. Sus piernas se movían por pura fuerza de voluntad y las lágrimas no llegaban a materializarse porque la mujer sabía que se acabarían convirtiendo en escarcha sobre su rostro. 

Apenas veía nada frente a sus ojos, era como si sufriera la misma ceguera blanca que los personajes del famoso libro de José Saramago Ensayo sobre la ceguera. Había leído aquella obra hacía unos años y aún era capaz de recordar con cariño a su protagonista: la esposa del médico. Debía ser tan fuerte como ella. Siguió arrastrándose, convencida de que detenerse sería su final. Que todo aquel desastre lo hubiera ocasionado una estúpida discusión la hacía sentirse estúpida. Negó con la cabeza y enderezó el cuerpo, no podía hacer nada más. 
Cuando cayó de rodillas supo que estaba perdida, que no lograría volver a ponerse en movimiento de nuevo. La noche empezaba a caer y sus ojos, cansados y enrojecidos, no podían mantenerse abiertos. Mejor así, irse sin hacer ruido. Lo prefería a acabar medio devorada por una jauría de lobos. Sin embargo, apenas se hizo un ovillo en la nieve, unos brazos la enderezaron y la hicieron volver a ponerse en posición vertical. A través de los párpados hinchados distinguió el cabello rojizo que escapaba del gorro de su hermana Rose. 

Su hermana mayor la cargó durante todo el camino sin decir una palabra. Margaret se abrazó a ella con todas las fuerzas que le quedaban y se prometió a sí misma que nunca jamás discutirían sobre a quién elegían amar. Que Rose se casara con Olive, la mujer de la que se había enamorado, unos meses después, y Margaret ejerciera de dama de honor no sorprendió a nadie. Aquella jornada en la montaña lo había cambiado todo. 

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