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Mis queridos soñadores.

Me temo que, al menos de momento, mi andadura como bloguera en La Biblioteca de Selene llega a su fin. He tratado por todos los medios de dilatar la decisión pero ya es imposible seguir estirando esta resolución. Mi idea para este año era seguir actualizando. Sin embargo, ya no me veo capaz de cumplir este propósito.

No tengo tiempo suficiente para dedicarle a mi querida biblioteca. Por razones personales, además, el nivel del blog ha ido bajando hasta quedar en mínimos y he empezado a tomarlo más como una obligación que como una manera de desconectar o de pasarlo bien, que era su principal razón de ser.

Voy a dejar abierto el blog y no voy a borrarlo. Porque creo que me ha dado muchas cosas bonitas y es una parte de mi vida que no quiero olvidar. Es posible que a la larga cambie de opinión, que haga las reseñas por otros medios o que, si vuelvo a escribir, comparta cositas por aquí. No lo sé. Aunque ahora hago lo que necesito hacer.

Os comento también que esta última entrada viene con un relato a modo de despedida que espero que os guste. Si mis escritos de este tipo son de vuestro gusto os invito a leerme a mí y a otros colaboradores en Cuentos de Marieta. Os dejo el enlace a mis relatos por aquí y deseo de todo corazón que la vida solo os traiga cosas buenas.

Un abrazo enorme y gracias por todo este tiempo junto a mí.

¡Sois los mejores!

***

Llevaba dos días sin salir de la cama. Algo me dijo que había llegado el momento de contarle a alguien cómo me encontraba e hice el esfuerzo incluso de vestirme y maquillarme para que alguno de los trabajadores de la casa me llevase hasta allí. Nadie me puso objeción, como era habitual, mucho menos la persona a la que necesitaba ver. Siempre había sido amable conmigo y me había ayudado con todos mis problemas.

Con el gorro bien calado y las manos en los bolsillos del chaquetón azulado bajé del coche, di las gracias y entré en la cafetería donde habíamos quedado. Él, con su escaso cabello canoso y sus ojos ocultos por gafas de media luna, ya estaba esperándome con un café para cada uno y la sonrisa de siempre. Nos saludamos con la cordialidad habitual y nos pusimos al día brevemente. Tampoco había demasiado más que aclarar antes de ir a la raíz de todo, que era lo que me había llegado hasta allí. Me animó con un gesto y me observó mientras le explicaba.

— Últimamente tengo sentimientos encontrados en prácticamente todo lo que emprendo. Por un lado, me da la sensación que no hago nada y por otro, es que no tengo ganas de hacer ni una sola cosa. Supongo que a todos nos pasa en algún momento. Sin embargo, es un círculo del que, ahora mismo, no me veo capaz de salir. Estoy exhausta y todos mis esfuerzos se basan en salir de la cama de tanto en tanto.

Las palabras salieron de mi boca como disparadas y él las recibió con el mismo estoicismo al que me tenía acostumbrada, o eso quise pensar porque él no dijo nada durante un momento. Rodeó el café con las manos y luego se tocó la barbilla. Pero por alguna razón, y varios intentos infructuosos, siguió callado. Quizás se había percatado de algo que yo no había tenido presente, ¿era posible que sufriese de alguna dolencia más allá de mi habitual ansiedad?

— Puedes decírmelo, podré con ello.

— Quizás seamos los demás los que no podamos.

— ¿A qué te refieres?

— A que eres la diosa del amor y la fertilidad. Si tú no puedes hacer lo que habitualmente haces, la humanidad no tiene futuro posible.

Alcé las cejas y asentí. Él me tomó la mano y asintió, afectuoso como solía ser. Yo di cuenta que había quedado como una tonta, una que no tenía muy claro qué decir.

— También soy…

— … la diosa de la guerra — terminó él y yo volví a asentir. Estar tanto tiempo rodeada de seres humanos había acabado por hacer que me creyese uno de ellos. Axel1 siempre sabía dónde debía tener la cabeza y por eso era mi mejor amigo desde hacía años. Era una pena que él fuera mortal y no pudiera ser el hacha donde apoyarme para siempre.

Apreté su mano un poco más y le di un afectuoso cachete en la mejilla. Sus ojos azules se encendieron y me levanté.

Al parecer la diosa Freyja no se podía permitir ciertas licencias.

1 Axel es un nombre nórdico de origen escandinavo, significa «hacha de guerra».