Recuerdo cuando pensaba lo amargo que era el café.
Cada vez que lo tomaba apretaba las cejas.
Me preguntaba quién en su sano juicio lo bebería por gusto.
Yo lo aborrecía. Con todas mis fuerzas.
No me importaba tener sueño o la tensión por los suelos.
Detestaba el café y si debía beberlo lo endulzaba sin límites.
Hasta que dejé de hacerlo.
Sin darme cuenta se ha convertido en una parte más de mi rutina.
Su color, su aroma, todo...
No sólo me ayuda a despertar, sino que también supone una fuente de inspiración.
Sí, inspiración.
Calentarme las manos mientras reflexiono es un placer que me gusta practicar a diario.
Sentir el amor en mi lengua me hace ver las cosas de otra manera.
Serenidad, aplomo...
¿Increíble, verdad?
Pues este es el poder que ejerce sobre mí.
Y me encanta.
Porque del odio al amor hay sólo un paso.
¡Hola! Estuvo genial :)
ResponderEliminarOh, me ha encantado la entrada
ResponderEliminara mi siempre me gustó el café jajaja pero la moraleja del escrito me ha parecido completamente verídica
¡un abrazo!
Gracias, chicas.
ResponderEliminarBesitos desde la luna.