Luna y estrellas, atadas al cielo como trozos de plata.
Brillan, con la promesa de un mundo mejor, con la certeza de que algo va a cambiar.
Las miro durante horas, cuando todo el mundo duerme, cuando únicamente estoy yo en el mundo y me pregunto si de verdad es posible el cambio.
Cierro los ojos y le prometo a la hermana de Apolo que lucharé con todo lo que tengo.
Junto las manos, en una plegaria silenciosa, y le juro a aquel que me mira desde las estrellas que daré lo mejor de mí, que siempre estará orgulloso.
A veces la emoción me puede y lloro, pensando en todo lo que deseo alcanzar.
Otras, simplemente me quedo mirando la noche, absorta, y no me canso.
Puedo pasar horas y horas haciendo promesas que me veo incapaz de cumplir cuando salga el sol. Y eso es lo que más miedo me da. La luz del día, la dura realidad, las horas sin luna.
Suspiró y vuelvo la mirada hasta la cama, donde una silueta da una nueva vuelta, buscándome, preguntándose en sueños la razón que me aleja de sus brazos. No puedo decírselo, es mi secreto mejor guardado, mi miedo a lo real, al fracaso, a que mi vida no ni es ni será la que deseo, a que mi felicidad pende de un hilo y depende exclusivamente de mí. Me despido de la dama plateada con un beso y vuelvo a mi lecho, donde el calor me recibe. Me debato durante un segundo, pero finalmente me dejo hacer.
Si tengo todo lo que desearía para ser feliz y estar completa, ¿por qué no lo soy?
Esa es la pregunta que me hago cada día, cada noche, cada segundo. Quizás esté rota, quizás me esté descomponiendo poco a poco y pronto no quedé ya nada de mí.
¿Qué sé yo?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Qué te ha parecido?