Últimamente he reflexionado mucho sobre la amistad. Es un tema complicado y hay opiniones de todo tipo. Hay quien considera a los amigos «la familia que se elige», quien tiene pocos pero de calidad y está aquel que tiene muchos pero solo considera a unos pocos imprescindibles. Yo quizás esté en el segundo grupo, aunque no es eso de lo que pretendo hablar.
Hoy reflexiono sobre cómo cambia la vida, sobre cómo lo hacemos las personas. Esto de por sí no es negativo. Es, simplemente, algo que ocurre y podemos (o no) aceptar. Lo importante es cómo nos tomamos estos cambios. Cómo tratamos a los demás según haya cambiado nuestra situación.
Tener hijos, casarse, cambiar de trabajo o de residencia no deberían ser motivo para alejarnos de nuestras amistades. Ni tampoco para hacerlas sentir que son menos válidas en nuestra vida. Quiero decir, si cambia tu estado civil, tienes descendencia o un puesto de más responsabilidad, la otra persona debería entenderlo y amoldarse. El tiempo libre mengua y no tenemos todo el que quisiéramos. Lo importante es la voluntad. Ese es el quid de la cuestión. Si tus amigos se han casado o tienen hijos, sigue estando ahí. Aunque sea más difícil.
También en el caso del que es papá o mamá o una persona casada. No pienses que el tiempo de quien no se encuentra en esta situación es menos importante. No creas que quien no tiene trabajo (o no uno tan absorbente) no entiende que tus tiempos han cambiado. Acéptalo, apóyalo, intenta no acaparar todas las conversaciones y sé empático.
Ese es el secreto.
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