Los últimos rayos de sol se reflejan en el mar. El viento, dulce pero lo bastante fresco para resultar agradable, despeina mi cabello. La trenza que me recogí hace unas horas no es más que un recuerdo de la acalorada jornada. Una sonrisa traviesa aflora a mis labios y permito que se abra paso hasta convertirse en una sonora carcajada que hace que los escasos bañistas que aún quedan se den la vuelta para verme feliz.
Me llevo las manos a la boca, en un intento de contener el arranque de gozo. Me vuelvo hacia el sol, que comienza su retirada para darle paso a la hermosa luna, y dejo que sus últimos rayos laman mi piel. Ha sido un día fantástico.
Camino por la orilla, haciéndome la remolona un rato más. Cada vez me va a costar más encontrar mi coche como siga así. Lo dilato un poco más y solo regreso cuando debo encender la linterna que llevo colgada al llavero. Me siento, arranco y enciendo las luces. Se ilumina el mar y la seguridad de que estará allí mañana, esperándome, me anima lo bastante para ponerme el cinturón y marcharme.
¡Hasta mañana, buen amigo, gracias por todo lo que me has dado hoy!
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