Los humanos sois así: os gusta presumir cuando las cosas os salen bien y preferís atribuir el mérito a los factores externos si fracasáis. Sois muy graciosos, lo reconozco, y casi siempre lo sois del modo que a mí me gusta. Os dejáis embaucar, vuestros sentimientos os ciegan.
La crueldad de cierto emperador romano y el hecho de que haya pasado a la historia como uno de los líderes con peor temperamento no es casualidad. Todo empezó con una chispa que alguien que vestía del color de la noche murmuró con pericia. A este líder lo recordáis como un asesino de cristianos al que gustaban mucho las ejecuciones. Dicen que incluso mandó matar a su propia madre. Uno de mis mejores trabajos.
Algo parecido ocurrió con aquel francés bajito y ambicioso. Fue sencillo. La semilla estaba ahí, dentro de él, solo había que ofrecerle los nutrientes necesarios para que germinase. Y vaya si lo hizo. Podría contaros miles de anécdotas sobre su mal humor o su arrogancia, como aquella noche en Egipto en la que creyó tener una revelación. Una que lo convirtió en alguien aún más déspota y tiránico, como bien comentan los libros de historias.
Otra historia curiosa es la de la espía más famosa de toda vuestra historia. A pesar de su frialdad a la hora de trabajar y conseguir buenos resultados, en lo personal su capacidad de aguante era mínima. Fue inevitable que el fuego que ardía por sus venas la traicionase una y otra vez. Al final, todo aquel enfado constante y aquella personalidad tóxica acabó por saltar a su faceta laboral y la fusilaron. Quizás que trabajase para el bando equivocado tuviera algo que ver. Nunca olvidaré como la miraban los hombres o su forma de bailar. Era una artista.
Los seres humanos no pensáis demasiado cuando está involucrado el corazón o vuestras pulsiones más primarias. Lo sé de de buena tinta. Sin embargo, he de reconocer que también vuestros sentimientos suponen la fortaleza de muchos de vosotros. Sois bastantes los que habéis sido capaces de escapar de mis garras, los que habéis pasado a la historia por ser honrados y desprendidos.
Uno de los ejemplos que siempre ponéis es el del dichoso pacifista indio ¿Sabéis que yo lo conocí en persona? Si hubiera sido una persona real probablemente hubiera llamado la atención entre los indos como entre los británicos: la piel tan clara como la luna, el cabello negro y la ropa del color de la tinta. Una lástima que solo pueda verme yo misma. Aunque, bien pensado, si me viera todo el mundo mi trabajo sería mucho más complicado.
De regreso al abogado hindú, os aseguro que lo tenté de todas las maneras que se me ocurrieron para que entrase en cólera. Solté toda la basura que fui capaz, insistí e insistí pero era como hablarle a la pared. Estaba tan convencido de lo que defendía y de sus intenciones que jamás las dejó de lado. Llegó hasta su último aliento por su causa. Nunca perdió el norte porque creía en lo que hacía y porque era, pese a su apariencia de mojigato con aquellas odiosas gafitas, duro como una piedra.
También lo era la religiosa aquella que vestía de blanco y que acabó siendo santa. Era una mujer de armas tomar pero que nunca perdió las estribos a pesar de lo mucho que le susurré al oído. Incluso en la vejez, cuando apenas era capaz de moverse por sí misma, dejaba escapar serenidad por los cuatro costados. Era ese tipo de personas inquebrantables, tranquilas y que no se alteraban. Calcuta no la olvidará jamás. Tampoco yo, pues fue uno de mis grandes fracasos.
Sin embargo, vuestra vida es corta, y la mía no tiene fin. Un par de tachones en mi expediente no suponen gran cosa. Debo reconocer que cuando no conseguí lo que me había propuesto me enfadé un poco y tuve dudas. Soy de una familia numerosa, tengo seis hermanos más, y somos bastante competitivos entre nosotros. Así que me lamí las heridas y seguí adelante porque no había más remedio. Ellos me lo echarían en cara y estaba cansada de aguantar sus tontas burlas.
Los años siguieron pasando y por mis manos pasaron un sinfín de personas que han sido muy susceptibles a mis habilidades: políticos, deportistas, millonarios y mis favoritos y de reciente aparición: los indignados.
Son un tipo especial de humanos. Muchos de ellos ni siquiera han sufrido antes accesos de cólera o se han mostrado violentos. Ha sido la propia sociedad lo que los ha hecho volverse así. Las injusticias sociales, el comportamiento más que cuestionable de la clase política y el constante engaño al que se han visto sometidos los han convertido en personas que ya no tienen paciencia que gastar.
Algunos saltan por cualquier cosa, otros tienen más aguante pero todos acaban igual: enfadados, tristes y levantando los puños. Es un hecho que tango más que comprobado. Por eso me encantan las manifestaciones, los actos vandálicos me hacen salivar. Pues son el máximo exponente de mi trabajo, de mi obra. La culminación de cientos de años de trabajo.
Actualmente trabajo en Marcos. Es un chico de 30 años que perdió su trabajo hace unos meses y que está al borde del colapso. La verdad es que estoy deseando saber cómo será su explosión. Es de esos tipos que parecen tranquilos y relejados hasta que estallan. Hace unas noches me colé en sus sueños para saber en qué punto estaba y creo que vamos a hacer progresos muy pronto.
Tiene una hija y una hipoteca que pegar. Su mujer solo trabaja a media jornada. Hoy lo observo mirarse al espejo del baño. Tiene ojeras y parece que no ha dormido demasiado esta noche. Sentada en la banqueta que tienen junto a la ducha lo observo y sonrío. Sí, acabo de aparecer en sus ojos. Me veo como él lo hace: teñida por la desesperación, supurando tragedia. Aprieta el puño y lo descarga contra la pared de azulejo.
Encantada de conocerte, Marcos. Mi nombre es Ira y sé que haremos grandes cosas juntos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Qué te ha parecido?