El sol caía sobre su rostro mientras el coche no dejaba de aumentar su velocidad. Ni las oscuras gafas de sol que cubrían sus cansados ojos ni el potente aire acondicionado eran suficiente para que el calor que sentía se disipara. La furia era tal que tenía los nudillos blancos como la cal de apretar el volante. Apagó la radio de un manotazo y se encendió el duodécimo cigarro del día. Las multas por el consumo de tabaco en carretera habían dejado de importar un tiempo atrás.
Apretó la mandíbula hasta hacerse daño y observó el indicador de velocidad. Iba demasiado rápido. Aminoró e intentó no volver a saltarse de esa manera los límites. Podía soportar una sanción por fumar, una por exceso de velocidad podría acarrearle problemas de más. Se concentró en conducir durante un rato. Quizás así fuera capaz de deshacer el nudo de ira que aprisionaba su estómago.