miércoles, 27 de septiembre de 2023

Noche de máscaras

La noche del festival era una de la más divertidas en la ciudad. Todo el mundo cubría sus rostros con máscaras extrañas y era muy difícil adivinar quien se ocultaba tras aquellos misteriosos disfraces. Había hasta quien pagaba por hechizos para distorsionar la voz y así evitar romper el misterio. Para muchos, una noche de desenfreno en todos los sentidos, para algunos (como para él) una para encontrar la más jugosa información.

Ataviado con un elegante traje de chaqueta oscuro y una máscara andrógina en la que solo eran visibles sus ojos azules, nuestro muchacho se internó en la noche sin pronunciar una sola palabra, como un mero observador de los pecados ajenos. Todo ojos, todo memoria. Plasmar todo lo que veía en papel era su oficio y, aunque no tuviera pruebas, algunas de las celebridades de la ciudad eran reconocibles hasta cargadas de artificio.

La mujer del embajador en actitud más que sospechosa con su dama de compañía, el hermano del difunto duque abusando de sustancias ilegales o la tierna y virginal hija del capitán de la guardia bebida como una fulana de burdel eran las historias que más le gustaba atesorar en sus diarios. Sonreía bajo la máscara aunque nadie pudiera verlo. Se sentía en su salsa.

De patio en patio y de perversión en perversión. Prácticas sexuales indescriptibles, alcohol, comida, drogas exóticas. Era un deleite, o al menos lo estaba siendo hasta que encontró a su prometida en brazos de su mejor amigo.


Los hubiera reconocido en cualquier parte: el largo cabello rubio de ella cayendo más allá de sus caderas y los dientes de perlas de él. Todavía no había empezado el verdadero espectáculo, pues aún hablaban muy cerca él uno de la otra. Ella meneaba la melena en actitud coqueta y él asentía cada vez más cerca de su boca.

Cuando lo prendieron unos minutos después ni siquiera fue conscientes de haber sacado la pistola y haberle descerrajado dos tiros a su amigo en el estómago. No recordaba el momento. Ni eso ni haberla cogido a ella del cabello y haberle arrancado la máscara para encontrarse con una cara que no era la que esperaba. Era una muchacha hermosa, de rasgos delicados rotos por el dolor, pero no era su Camelia.

Se volvió hacía el hombre que se desangraba en el suelo, como si el contacto de la mujer le quemase, y entonces se percató de que su cabello era negro como ala de cuervo y no castaño como el de su casi hermano. Se volvió, confuso, y unas manos fuertes lo rodearon para evitar que escapara mientras los gritos de la joven se volvían más y más estridentes. El tipo del suelo ya no se movía.
—¡Ha matado a mi esposo, ha matado a mi esposo, asesino!
La observó atónito y cayó en la cuenta que había acabado con una persona inocente, que había matado a alguien que ni siquiera conocía.

En su celda, una pequeña estancia de color gris con una ventana diminuta y más barrotes de los que había visto en toda su vida, aún se maldecía por sus actos. Actos que no alcanzaba a entender. Ni lo habían drogado ni él había tomado nada de manera consciente. Se mesó el cabello oscuro y dejó que su mirada se clavara en el suelo, donde acababan de aparecer unos delicados zapatos negros casi ocultos por un vestido del color de las llamas. Fue subiendo poco a poco los ojos hasta encontrarse con el rostro de Camelia, de su Camelia real. Estaba sola, ningún guarda la custodiaba y lo observaba con los ojos entornados.

—Por todos los dioses, Camelia, ¿qué ha ocurrido? —ella sonrió, con un gesto que no era su dulzura habitual y se acuclilló para quedar a su altura.
—Has revelado tu verdadera naturaleza. La de un loco homicida —su voz sonó tan empalagosa que el joven abrió los ojos, más sorprendido que asustado.
—¿Qué…?
Ella dejó escapar una cruel carcajada y sus ojos se convirtieron en dos esquirlas de hielo.
—Cuando me conociste me preguntaste si nos habíamos visto antes. Te dije que no, pero mentí.
El joven no tuvo réplica. Ella apretó sus manos en los barrotes.
—Cuando aún te considerabas alguien decente me llevaste ante la justicia y yo te juré que volvería. Que me vengaría de ti y de todo lo que amases.
—No es posible. Estás muerta, te vi arder —él se negaba a creer pero ella asintió, casi divertida.
—Viste lo que yo quise que vieras. Pero tranquilo, porque eso ya no importa. Ha llegado tu hora y, ¿sabes qué? Voy a encontrar a ese bastardo tuyo que tan bien ocultas y voy a destriparlo.
—¡Te mataré, Némesis! —chilló él, que lanzó su cuerpo hacia delante para tratar de alcanzar una de las manos de su prometida aunque ella ya le daba la espalda y se encaminaba a la salida. —¡Juro que te arrepentirás.
—No, no lo harás y morirás en esta celda.

Que el cuerpo del joven fuera encontrado sin vida dos días después no sorprendió a nadie. Aún unos meses después, los carceleros se preguntaban de dónde había sacado el cuchillo y como había tenido tanta sangre fría como para clavárselo tres veces en el estómago.

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