Desde que había comenzado en su nuevo empleo apenas había tenido tiempo para sentarse a escribir. Era una de sus pasiones desde que era capaz de recordar y la practicaba siempre que podía. Sin embargo, últimamente le estaba costando encontrar el momento. Eso se decía mientras encendía la televisión esa noche o aceptaba planes alternativos en su tiempo libre. Las excusas (que cada vez se volvían más ridículas) terminaron por llamar la atención de las personas que le eran más cercanas.
En un primer momento se sorprendió, achacando de nuevo aquel parón a su escasez de tiempo. Cuando volvieron a insinuarle su falta de interés se molestó, ¿qué podían saber los demás sobre aquello, por qué tenían que ofrecerle unos consejos que no había pedido? Los maldijo en silencio pero no pudo evitar reflexionar: ¿tendrían razón?